PARTE VII

En su rostro se podía ver claramente la alegría de quién disfruta lo que hace. Martirio estaba muy bien en su curso y el chef estaba contento con su equipo. A pocas semanas de finalizar el curso, Martirio invitó a sus compañeros y profesores a disfrutar de un almuerzo en casa. Era tanta la complicidad, el cariño y el respeto que se sentían unos a otros que quiso agradecerles de esta forma. Manuel estaba complacido con la idea, y más, al saber que su esposa cocinaría. A pesar de las constantes prácticas de cocina que tenía en casa, cuidaba de la alimentación de su esposo. Ella sabe que a sus edades no se puede abusar con la comida, por muy exquisita y deliciosa que esté. 

Martirio recuerda sus pasos por aquella librería que frecuentaba en su juventud y los nervios que le ocasionaba tal  osadía. Era una parada obligada. Recuerda también ese momento en el que conoció a Manuel. Tantos recuerdos se le vienen a la mente y es que no sabe si es la edad o el momento que vive actualmente, lo que le hace rememorar su pasado. Nunca pensó que en aquella fiesta, a la que no deseaba asistir, conocería a su ahora esposo. Ese día, ella huía de las conversaciones sin sentidos y él, estaba concentrado hablando con sus amigos sobre economía hasta que fijó la mirada en esa joven solitaria con mirada perdida. Después de observarla no pudo retomar la concentración en la conversación. Fue tan obvio su interés, que uno de sus amistades le dio información sobre la chica que miraba:

-Manuel, no disimules mucho. Te cuento que se llama Martirio y su padre tiene un carácter muy fuerte, aunque lo más difícil es conquistarla a ella. Dicen que es muy necia.

A Manuel le parecía todo lo contrario. Dejó a sus amigos y fue a conocerla. Hablar con ella fue lo mejor de ese día. Era delicada, dulce y muy educada. Tiempo después, resultó ser todo un poeta con aquellas cartas tan hermosas que plasmaban el amor tan grande que sentía por ella. Un día supo que su casi suegro lo esperaba con la familia reunida. Él debía enfrentarlo con buenos argumentos y un compromiso. Aunque eran jóvenes, sentía que Martirio era la indicada para contraer nupcias. Siempre respetuoso, atento y amoroso con su esposa. Un compañero de vida que Martirio volvería a escoger de encontrárselo en otra vida.

Entre sus recuerdos se cuela un aroma a papelón y coco que acompañaron sus andanzas por aquellos campos de llanura dominante. Paisajes llenos de matices que distraen a esos ojos claros. La siente llegar doña Dolores, mujer elegante hasta el final de sus días. A ella debe el apodo de "Martirio y sus pesares" y es que una vez  la vio llorar tanto que al saber el motivo que la aquejaba, sonrió y le dijo:

-Por eso no se llora mi amor, las esperanzas son las últimas que se pierden. Tu eres valiente y pida por esa boca que aquí está su abuela para lo que sea. Te gusta la cocina, pues vas a estudiar cocina.

Lastimosamente la abuela no pudo hacer mucho, falleció a los pocos días. El campo le lloró, los pajaritos del amanecer cantaron como nunca y aquél árbol que jamás se secaba y daba sombra, se secó como cosa rara. En el cuarto de su abuela estaba un baúl, ella siempre contaba la historia de ese baúl:

- Este baúl me lo regaló un mozo de ojos azules y mirada intensa. Ese con quien iba a fugarme de la casa si no nos dejaban casarnos. 

Para Martirio fue una sorpresa enterarse de algo así. En la familia, la reputación es importantísima, aunque no seas feliz. 

Ese baúl con las historias de su abuela la acompaña y le recuerda que sus pesares son la nada de sus caídas.